jueves, agosto 17, 2006

XXVII Suerte de árbol de plástico

















Ni por un momento aquella mañana me imaginaba que podía estar tan cerca de cruzarme con aquella rata inmunda. A veinte metros lo vi venir, caminando como cansado con sus jeans gastados, sucio, ojeroso, parecía salido de un basurero. ¡Y esa rata se estaba cogiendo a Valeria! Y me preguntaba si habría sentimiento... Pasó a mi lado y se sorprendió de verme. Llevaba su eterna mochila al hombro, estúpido de mierda, asco me daba, hippie roñoso... Seguí mi camino, el deber me llamaba, odiaba a ese tipo a muerte... Maldito... El Loco le decían... Puto de mierda y se estaba volteando a mi mujer...
El sol a esa hora de la mañana molesta si uno no lleva gafas. Me cago, si esa no era mi mejor mañana lo confirmé cuando visualicé a Johnny Jell caminando con su saco al hombro, prolijamente vestido de ejecutivo... afeitado, limpio, hasta parecía un ser humano o un yuppie... ¡Guácala! Parecía haber muerto aquel alcohólico drogón de una cirrosis masiva para dar paso al ejecutivo Johnny. Mierdoso estúpido... Su mujer lo había dejado porque llegué yo. Bueno, era su novia y tal vez estaba cansado de ese alcohólico lisérgico de Johnny. Cabrón. Cada cual siguió su camino. Asco rotundo el uno por el otro... y éramos tan asquerosos ambos y tan ciegos que no nos dábamos cuenta.
Alguien subió el volumen, en ese instante me di cuenta que una serpiente intentaba enroscarse por mi cuerpo. Salí corriendo no podía creer eso, en el tren una procesión de encapuchados desfilaba de vagón en vagón. En algún momento el tren paró, del lado de enfrente otro tren con dirección contraria, en una puerta colgando Claudia, ahorcada... grité, traté de pasarme al otro tren pero ya era tarde el tren arrancaba y alguien me sujetaba. Mi estómago parecía querer salirse y caer en la tierra reseca, caminé, pero era inútil nunca llegaba a ningún lado, otra vez esa serpiente tratando de devorarme bajo un cielo rojo. Escuchaba gente, gente que hablaba, entré a un cuarto oscuro y allí estaban todos mis juguetes listos para asesinarme. El olor y el color y el retumbar en mi cabeza me decían que estaba en un hospital. Odiaba eso, las luces sobre mí, estaba sobre una camilla, ¡ahg! Otra vez no... Bueno ya estaba allí y vivo...
- ¿Te sentís mejor?
- Supongo que sí, un poco mareado...
- Tuviste mucha fiebre, estabas delirando cuando te trajeron.
- No lo recuerdo...
- ¿Tomaste algo?
- No...
- Es extraño... algo debe haber desencadenado ese cuadro. Los exámenes arrojaron un alto índice de atropina en tu organismo.
- ¿Y?
- ¿Sabés qué es el floripondio?
- Sí...
- Entonces sabrás que fue el floripondio el que te provocó ese estado.
- Bueno si, tomé floripondio, ¿cuál es?
- Mirá, la atropina envenena tu organismo, se fija en la retina, por eso quedás ciego, además te levanta temperatura y la temperatura te provoca alucinaciones... Eso no es lo peor. Las meninges se inflaman y se aplastan contra el cráneo produciendo un efecto como el de la meningitis. Si recibís un golpe en la cabeza te puede afectar de por vida, y no hablo de perder la memoria o tener fuertes dolores, sino de que podés quedar gravemente dañado: en otras palabras, quedar tarado.
Ya no era el médico el que me hablaba sino un frasco de una vitrina, bailaba y cantaba, reía... Otra vez el médico revisándome... Olvidé quien era y me abandoné al sueño...

domingo, agosto 13, 2006

XXVI Tu preciada libertad

















Hacía tiempo que estaba allí, demasiado como para saber si quería rodar por mis sueños. Ya hasta había olvidado mi rostro, no me hubiese reconocido en un espejo. Estaba molesto porque los días pasaban y nada... Ahí dentro estaba todo bien, el bardo era con los ratis. Al fin escuché que alguien pronunciaba las palabras mágicas: “HERNÁNDEZ, CON TODO”... Hacía tiempo había entrado allí y mis ojos estaban felices y mojados de al fin poder irme. Al ver la reja abrirse sentí que todo volvía a ser como antes. Me llevaron a una sala donde me habían tenido cuando entré, alguien llenaba algo en un libraco, miré hacia mi costado y allí encontré a Mariana, totalmente diferente, seguramente igual que yo. Nos besamos y abrazamos hasta que un cana nos dijo que todavía no estábamos en libertad y que nos comportáramos, que era una alcaldía donde estábamos. No teníamos palabras para contarnos todo lo que nos había pasado desde que nos separaron al llegar a esa puta alcaldía. Putos cabrones los policías cordobeses. Puta justicia. Puto río y puto calor... Puto yo en pelotas. Realmente habían comenzado los problemas, la picada, el vacío. Teníamos ganas de ver a Manu Chao y hacía calor, qué mejor que tirarnos al agua en aquel río de Córdoba. Puta, si tan sólo no me hubiese tirado en pelotas... Alguien llamó a la policía y cuando llegaron nos hicieron sacar todas las cosas y encontraron el faso que llevábamos. Mierda. Doce patrulleros y dos bicipolicías se dieron cita en el lugar del hecho. Todos aquellos putos policías creyéndose Dios por habernos agarrado. ¡Oh terribles delincuentes obscenos! Se quedaron con nuestro vino los culeados. Luego las interminables horas y esperar hasta ser llevados a la alcaldía. Después de todo ese trámite de mierda y las caras de todos esos putos policías creyéndose héroes... ¡Asco me dan! La reja de las celdas de la alcaldía cerrándose... y yo dentro...
Allí estábamos con Mariana corriendo tratando de salir de ese edificio de mierda llamado “Central de Policía”... Escupí de asco y al fin estábamos en libertad, de nuevo bajo el sol, de nuevo en las calles... Nos besamos largo rato y corrimos a comprar una cerveza... El día pasó muy rápido, las emociones también... Era difícil acostumbrarse a ese nuevo estado. Manteníamos un síndrome postraumático: todos los hombres que cruzábamos tenían cara de cabo Ramírez o cabo Ceilán o algún otro cabo de aquella puta, reputa alcaldía.
- ¿Pablo? ¿Estás bien?
- ¿Qué?
- ¿Qué te sucede?
- Recordaba...
- ¿Qué?
- Nada... ¿Cómo está Hank?
- Le dan el alta en un par de horas...
- Copado...
Tremendamente difícil olvidar. ¿Por qué seguía allí en mi cabeza dando vueltas? Y todos esos momentos allí alojados en mi memoria. ¿Por qué era tan difícil? Y aunque quisiera que fuese diferente esa mujer se metía en mi cabeza y me anulaba, ahora que ya no estaba. Tiempo. Recordé sus ojos y sentí ganas de llorar, porque sabía que en el fondo, aunque no me reconociera, la amaba. Porque sabía que aunque no la volvería a ver, la amaba. Y eso era más fuerte que yo. Allí solo en aquel pasillo de hospital, esperando que a mi amigo le dieran el alta. Volví a sentirme frágil, volví a sentirme melancolito. Aquel día era raro, la noche haraganeaba tratando de despertar, todo podía ser diferente. Todo...

domingo, agosto 06, 2006

XXV Hermoso día hermano perro
















Hank había terminado de contar la plata de la caja, pidió un retiro, pero el supervisor le dijo que en un rato más. De un momento a otro el local quedó sin clientes. Tatiana le comentaba una película a Hank, hacía unas semanas que había conseguido ese trabajo, no le desagradaba aunque era un poco aburrido a veces, lo bueno era su compañera, al menos tenía onda.
- Lindo día, ¿no Hank?
- Sí, corto el almuerzo pero con mucho sol...
- ¿Dónde fuiste?
- Al parque a encontrarme con unos amigos que laburan por aquí cerca.
No había terminado de hablar cuando entró un cliente por la puerta y otro detrás. El primero llegó hasta el mostrador:
- Dale putita, sacá la guita o sos boleta...
- ¿Qué?
- ¡Que me des la guita! ¡Esto es un asalto! Y vos quedate quietito porque te lleno de plomo...
- Dale la plata rusa...
- ¡Quedáte quieto! ¿O sos milico? Mirá que a mi amigo no le gustan los milicos... te va a romper el culito... ¡Dame la plata putita o te cago a tiros!
- Eso es todo...
- ¿Vos me ves cara de boludo? Toto, dame una mano...
- La concha de tu madre, ¡dame la plata!
El primer golpe lo recibió Hank, el segundo y el tercero también... Luego Toto agarró de los pelos a Tatiana y la llevó hasta la caja donde la obligó a sacar todos los billetes y las monedas, todo... Hank seguía en el suelo. Antes de que salieran se escuchó un disparo...
En el auto Julián manejaba y preguntaba a los gritos quién había disparado, Jimy y Toto no respondían... Yo estaba de campana, no había sido...
- ¿Los mataste?
- No, man le metí un cuetazo a ese gil nomás...
- ¿Por?
- Porque me miraba mal...
- Sos boludo Jimy... donde le disparaste...
- Qué sé yo... en el hombro...
- ¿Y vos Toto qué mierda hacías?
- Yo estaba sacando la plata...
- La concha de la lora, mansos pajeros son los dos...
- Era milico, man... si le hubieses visto la cara lo hubieses llenado de plomo...
- Ningún milico trabaja vendiendo entradas para espectáculos...
- Este sí.
- Mejor calláte... Casi nos cagás a todos...
- Igual tenemos que hacer más plata... Con esto no nos alcanza...
- El próximo atentado lo dirijo yo...
- ¿Qué vas a elegir, Aníbal?
- Ya van a ver...
Desperté en el hospital, ya eran como mi segunda casa, ese hijo de puta me había pegado un tiro. Mala leche la mía, justo a mí me vienen a robar... si al menos se hubiesen ido tranquilos, pero estaban sedientos de violencia. Creo que esa fue mi tercera vida, me quedan cuatro... ¡Shit! Tatiana estaba bien, un poco shockeada, yo tenía una molestia en el hombro... una bala... Mierda. ¿Me la habrían sacado ya? Dolía un poco... Encima me habían pegado. Hijos de puta y a cara descubierta nomás y en pleno día... Lindo día, otra vez vendado hermano perro... Otra vez... Y tan soleado que estaba, tan gracioso, tan... violento día...