domingo, agosto 13, 2006

XXVI Tu preciada libertad

















Hacía tiempo que estaba allí, demasiado como para saber si quería rodar por mis sueños. Ya hasta había olvidado mi rostro, no me hubiese reconocido en un espejo. Estaba molesto porque los días pasaban y nada... Ahí dentro estaba todo bien, el bardo era con los ratis. Al fin escuché que alguien pronunciaba las palabras mágicas: “HERNÁNDEZ, CON TODO”... Hacía tiempo había entrado allí y mis ojos estaban felices y mojados de al fin poder irme. Al ver la reja abrirse sentí que todo volvía a ser como antes. Me llevaron a una sala donde me habían tenido cuando entré, alguien llenaba algo en un libraco, miré hacia mi costado y allí encontré a Mariana, totalmente diferente, seguramente igual que yo. Nos besamos y abrazamos hasta que un cana nos dijo que todavía no estábamos en libertad y que nos comportáramos, que era una alcaldía donde estábamos. No teníamos palabras para contarnos todo lo que nos había pasado desde que nos separaron al llegar a esa puta alcaldía. Putos cabrones los policías cordobeses. Puta justicia. Puto río y puto calor... Puto yo en pelotas. Realmente habían comenzado los problemas, la picada, el vacío. Teníamos ganas de ver a Manu Chao y hacía calor, qué mejor que tirarnos al agua en aquel río de Córdoba. Puta, si tan sólo no me hubiese tirado en pelotas... Alguien llamó a la policía y cuando llegaron nos hicieron sacar todas las cosas y encontraron el faso que llevábamos. Mierda. Doce patrulleros y dos bicipolicías se dieron cita en el lugar del hecho. Todos aquellos putos policías creyéndose Dios por habernos agarrado. ¡Oh terribles delincuentes obscenos! Se quedaron con nuestro vino los culeados. Luego las interminables horas y esperar hasta ser llevados a la alcaldía. Después de todo ese trámite de mierda y las caras de todos esos putos policías creyéndose héroes... ¡Asco me dan! La reja de las celdas de la alcaldía cerrándose... y yo dentro...
Allí estábamos con Mariana corriendo tratando de salir de ese edificio de mierda llamado “Central de Policía”... Escupí de asco y al fin estábamos en libertad, de nuevo bajo el sol, de nuevo en las calles... Nos besamos largo rato y corrimos a comprar una cerveza... El día pasó muy rápido, las emociones también... Era difícil acostumbrarse a ese nuevo estado. Manteníamos un síndrome postraumático: todos los hombres que cruzábamos tenían cara de cabo Ramírez o cabo Ceilán o algún otro cabo de aquella puta, reputa alcaldía.
- ¿Pablo? ¿Estás bien?
- ¿Qué?
- ¿Qué te sucede?
- Recordaba...
- ¿Qué?
- Nada... ¿Cómo está Hank?
- Le dan el alta en un par de horas...
- Copado...
Tremendamente difícil olvidar. ¿Por qué seguía allí en mi cabeza dando vueltas? Y todos esos momentos allí alojados en mi memoria. ¿Por qué era tan difícil? Y aunque quisiera que fuese diferente esa mujer se metía en mi cabeza y me anulaba, ahora que ya no estaba. Tiempo. Recordé sus ojos y sentí ganas de llorar, porque sabía que en el fondo, aunque no me reconociera, la amaba. Porque sabía que aunque no la volvería a ver, la amaba. Y eso era más fuerte que yo. Allí solo en aquel pasillo de hospital, esperando que a mi amigo le dieran el alta. Volví a sentirme frágil, volví a sentirme melancolito. Aquel día era raro, la noche haraganeaba tratando de despertar, todo podía ser diferente. Todo...