viernes, noviembre 03, 2006

XXIX Alfil caballo 4


















Marcelo tenía la inteligencia de Pablo, la rebeldía del Loco, la audacia de Johnny y la oscuridad de Hank... En fin, era un perdedor más; o en realidad era un ganador ascendiendo la cuesta de su última gran batalla, de su gran derrota, del fin. No sé cómo todos esos tipos se iban encontrando, eran todos tan... tan... hombres... y no por su hombría, sino por su forma de ser. Unos más otros menos eran todos mujeriegos, drogones y vertiginosos. Eran un grupo de caraduras y ladrones de ilusiones, hacían cagadas y después pedían perdón. Todos se creían grandes artistas, descubridores de la pólvora en medio de un festival de pirotecnia, oscuros tanto más que la noche en pleno campo. Marcelo era todo eso y un poco más. Hubiese sido el quinto miembro de esa cofradía irresuelta de no haber demostrado tanto carácter. Era demasiado avasallante. Era un lindo hombre, por dentro y por fuera.
La Turca me presentó a Marcelo, nos miramos con respeto como reconociendo en el otro a un digno adversario, pero ¿por qué ser adversarios? Estupideces de la vida cotidiana. Me preguntaba por qué era tan difícil escapar de mí mismo. Mariana me había resultado difícil por momentos, pero ya la creía fuera de mi vida. Habían transcurrido días oscuros donde sólo me encerré a pintar y a pensar. Trabajaba si, pero sin convicción, vendiendo tarjetas de crédito por teléfono, telemarketer o teleputo que es lo mismo. Ahora ya estaba fuera de eso y sin nadie alrededor. El Loco había sido tragado por la ciudad, Hank era una sombra más oscura que yo y Johnny... ¿qué sería de Johnny? Justo en ese momento apareció Marcelo, desafiando la reglas y cagándose en todo. Sería tan extraño salirme de mi piel y convertirme en aire o mariposa o cuchillo o fusil o pared. Pared está bien.
Descansar es importante. Esa noche era extraña como muchas otras. Esta vez estaba limpio, ni un poquito de THC, ni coca, ni tripa ni absolutamente nada, sólo jugo de naranja. Salí a llevar una película. No era lejos, era porno y mala, de esa dirección sólo pedían pornos. Subí hasta el octavo piso, toqué timbre y esperé. Al rato alguien me abrió y me dio propina. Bajé, en la entrada había seis personas hablando, intenté abrir la puerta pero me fue imposible.
- Disculpen, ¿saben cómo se abre la puerta?
- No.
- ¿Alguno de ustedes tiene llave?
- No.
- ¿No viven acá?
- No, estamos esperando para salir...
- ¿Hace mucho que esperan?
- Media hora...- O esta gente me estaba tomando el pelo o eran unos pelotudos, alguien abrió la puerta, salí, allí dentro quedaron esos giles, conversando de pañales... Caminé unas cuadras por Santa Fe.
Estaba aburrido de tanta oscuridad, era hora de salir de ese agujero y ver la luz. Era hora de reencontrarme con Pablo, él tenía muchas respuestas a mis preguntas, era como un medium entre mi ente y yo. Había pasado ya varias malas, demasiados hospitales, demasiadas peleas, demasiada muerte rodeándome, demasiada angustia, era hora de salir. Pablo decía que había que sonreírle a la vida, así la vida le sonríe a uno. Tal vez tenga razón. Allá pienso ir... Al infinito...