V El ogro de la laguna
- Olga... ¿Qué Olga?
- Olga Sanfish...
- ¿Olga Sanfish? No la conozco...
- Ella me dijo que la conocía.
- ¿Es maestra?
- Sí.
- ¿Dónde vive?
- En Crucecita Este.
- ¿En qué calle?
- Coronel Suárez 170.
- Sí, puede ser que la conozca. Pero igual yo no puedo hacer nada...
Con eso estaba todo dicho...
Más tarde llegó a su casa ya sin ganas de hacer algo. La bruja los sorprendió en medio de la noche Creyó recordar que ya la conocía. Nunca se había sentido tan mal. Una angustia imperiosa le estrujó el alma, una imagen le vino a la mente: una bolsa plástica y transparente vacía de aire... Como las de los productos envasados al vacío...
Era normal despertar caminando en una calle desconocida o por pasillos o escaleras extrañas, también era normal ese vacío que llevaba dentro. El pasillo de su casa lo despertó esta vez y justo un segundo antes de chocar contra aquella mujer, su vecina, redonda panza y sonrisa de cielo. Intentó armar una frase de disculpa, pero no pudo, se le nublaba la vista y no escuchaba bien, tenía fiebre y sudaba mucho. Verónica, así se enteraría luego que se llamaba su vecina, le preguntó si se sentía bien, no contestó, sólo se desplomó frente a esa mujer y su hijo dentro.
Despertó en una cama que no era la suya, nuevamente esa sonrisa de cielo y un paño frío en su frente. Acarició su mano, sentía calor, aunque la fiebre le había bajado, ambos estaban experimentando ese irresistible calor que los envolvía y los atraía mutuamente. Se dejó ir entre sus labios húmedos, los suspiros y jadeos reticentes, sabía que esa no era su cama ni esa su mujer, pero al fin y al cabo tampoco recordaba cómo había llegado allí. Verónica era dulce y hermosa, suave y callada, delicada... Sintió que esa bolsa se llenaba de aire y despertó de un largo viaje. Se rindió contra sus pechos exuberantes y la abrazó, sintiendo la distancia que su panza provocaba. Se despertó, Verónica le pedía que se fuera, su marido estaba por llegar. Salió de allí sin pronunciar palabra, sólo su mirada... directamente a sus ojos.
No entendía qué le sucedía, pero esa sensación a vacío se instalaba dentro suyo. Dedicó el resto del día en fumar y dormir, no quería pensar más en esa mujer que seguía tan presente en su memoria. Tenía ganas de llorar, sin razón, y lo hizo...
Nuevamente su despertar y esa bolsa llena de vacío... y la náusea que le vino cuando se vio cogiéndose a esa vieja puta por un poco de comida y algunos pesos. Le resultaba tan desagradable luego de Verónica, intentó cerrar los ojos e imaginar que era ella, pero el vientre fofo del ogro no lo separaba tanto como lo hacía Verónica. Sentía que quería irse de ahí, Olga lo retenía con sus filosas uñas clavadas en su espalda, el ogro se lo devoraba y sentía que moría en esa cama que olía tan mal... Fiel reflejo de Olga, veterana avejentada, desarreglada, sucia, puta, putísima y él allí: cogiéndosela sin querer ya cogérsela, prefiriendo el hambre o los cálidos pechos de Verónica. Desertó, escapó entre las preguntas de una Olga insatisfecha, al borde de la histeria...
Estuvo bajo la ducha intentando sacarse el olor y la mugre, el sólo pensar en esa vieja puta le daba náuseas... vomitó.
Golpeó la puerta y esperó, al verla allí con sus ojos ensoñados invitándolo a pasar, no dudó un segundo, nuevamente esa bolsa llenándose dentro suyo. Se hundió en su boca, desesperado, las desvistió y se unió a ella en una atemporalidad tan extraña como desesperante. Cada vez que pensaba en ella o estaba con ella se sentía frágil y con ganas de llorar... y las lágrimas brotaban una a una, tímidas, silenciosas y sus pechos y su voz y se hacía tarde y el marido y Verónica besándolo y amándolo en silencio y nuevamente el vacío camino a su puerta...
Días y días sin un cobre y la heladera vacía y ya nada que comer, las hojas del cuaderno con sal, tal vez Olga, pero desde aquel desplante suyo no la había vuelto a ver, ni contestado sus llamados ni abriéndole la puerta cuando se plantaba frente al portero eléctrico llamándolo desesperada. Sintió náuseas de sólo pensarlo, pero su estómago estaba vacío, imposibilitado de vomitar, juntó fuerzas y fue hasta la casa de esa sucia señora. En el camino recordó cómo la había conocido, luego de que alguien, ¿pero quién? Le había dado la dirección de aquel reducto político. Fue precisamente Olga quien lo atendió aquella tarde y empezó a hablar y hablar y hablar... Y lo llevó a la cocina porque allí ella tomaba mate, mate de leche porque después de los cuarenta el cuerpo necesita calcio, por los huesos, y se fueron todos y le mostró la casa y le contó qué hacían en cada habitación y pensó basta en un momento pero lo más desconcertante aún no sucedía. Y la obscena forma en que su boca succionaba la bombilla del mate y su capa roja sucia y sus labios furiosamente rojos y basta y lo desalineada que era esa mujer y en el momento menos pensado se abalanzó sobre él y metiéndole mano, arrinconándolo en la oscuridad le abrió la bragueta del pantalón y comenzó a chuparle la verga. Fue tan sorpresivo todo y tan efectivo que terminó cogiéndosela allí mismo, luego su casa, la comida, su hijo y la historia de su vida, su puta vida. Se encontró con una Olga en bata recién salida de la cama, lo hizo subir a su cuarto, mandó al hijo a casa de su padre y lo desvistió en esa cama con semen de días... Esa vieja era insaciable, rellena, de tetas caídas, desalineada y puta. Se la culeó para ver si mitigaba su hambre de sexo, pero lo que logró fue que se cagara sobre la cama, toda esa mierda sobre las sábanas, su verga llena de mierda de la cual Olga se prendió a chupar desesperada, no pudiendo soportar la náusea hizo una arcada a falta de vómito, toda esa mierda ensuciándolo todo. Huyó de la cama hacia el baño y se metió bajo la ducha, Olga lo siguió extasiada y lo arrinconó bajo el agua, sólo deseaba que apartara su boca de la suya. Al fin la pesadilla cesó y la vieja puta preparó una comida y su estómago se sintió aliviado luego de una hambruna de días. El vino, la carne, las papas al horno, todo era perfecto, todo no, allí estaba Olga mirándolo casi obscenamente. Al fin, lleno, pudo escurrirse de las garras de la vieja puta.
Pasó días sin ver a Verónica, sumergido en una pesadilla eterna con el ogro de la laguna. Comiendo regularmente bien pero al alto costo de cogerse a Olga sobre esa cama que seguía oliendo a semen de días y a mierda.
Volvía a su casa cuando se cruzó a Verónica en el pasillo, se buscaron desesperadamente, metió la llave en la cerradura de su puerta tan, tan cerca de la casa de ella. Entraron despojándose de sus ropas. A los pocos segundos, subió el marido de Verónica, pasó frente a la puerta y escuchó gemidos, siguió hasta su puerta, entró en su departamento destapó una cerveza peinó unas líneas que esnifó después mientras prendía la televisión y gritaba un gol de su equipo, casi al borde de la euforia, una puerta más por el pasillo su mujer y Hank, amándose...
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