viernes, febrero 24, 2006

II La tristeza infinita

















Dejó de sonreír en ese instante, miró sobre su hombro izquierdo, hizo una mueca como de fastidio y empinó la botella de vodka. Recordó que no había visto a su amigo, pero eso no impidió que cambiara su decisión, en realidad nunca le habían gustado las despedidas, dejó algo escrito en una hoja, tal vez para el primero que la encontrara o para su amigo, su hermano; luego cerró los ojos e imaginó un salto infinito, el disparo desgarró el aire de la habitación y así terminó su vida.
Habrán pasado un par de horas hasta que el Loco llegó a la casa de Pablo y encontró a toda esa gente con su morbo a flor de piel, alguien lloraba, era la madre, entró buscando a su amigo y lo que encontró fue a Pablo pero eternamente dormido lleno de sangre, lo abrazó fuerte queriendo sentirlo, pero su cuerpo estaba vacío, alguien , tal vez un policía, trató de apartarlo, pero el Loco no quería soltarlo. Entre dos o tres lo sacaron de allí por la fuerza, sus ojos cristalizados por la incomprensión, la impotencia, el desconcierto, lo abrupto de la verdad sin anestesia. La madre de Pablo entre su llanto lo miró y proyectó inmediatamente todo su odio, bronca, histeria, en él, desde ese momento fue señalado y marcado con una señal de sangre en la frente por todos a cuantos llegó la noticia. Pese al estado de shock en que se encontraban todos los que querían a Pablo, tuvieron que declarar. La madre insistía en culpar al Loco por la muerte de su hijo. Alguien, tal vez el juez, decidió que debían someterlo a una pericia psiquiátrica: su peor pesadilla...
La casa de sepelios estaba completa, alguien había fallecido de cáncer al lado, el aire era denso y todo era tan tedioso y absurdo que el Loco no lo soportaría ni un instante. Acompañaron el cortejo fúnebre hasta el cementerio una fila de autos silenciosos con ocupantes que repetían siempre lo mismo. Allí depositaron el cajón, una lápida con una frase y una foto, coronas y flores, era un día de muertos. Detrás del cementerio las vías del tren veían llorar al Loco preso del desequilibrio.
Era más fácil buscar un culpable a admitir lo enfermo de la sociedad, el sistema, la familia... Y el Loco era ese culpable al que todos comenzaban a señalar y cada vez se volvía más insoportable, era una lima desgastando los nervios de un ser por demás humano, cansado, al borde del abismo.
No tardaron mucho tiempo en ordenar otra pericia psiquiátrica para establecer si era necesario la internación del sujeto. Luego de aquella agresión a la terapeuta durante una entrevista, el juez debía saber si el Loco se encontraba APTO PARA LA SOCIEDAD... Tal vez debiera ordenar su internación o terapia ambulatoria. Puteó, puteó tanto por aquella decisión de aquel magistrado, por tener que verse las caras con esa manga de buceadores del inconsciente, lemings siguiendo a Freud hacia el borde del acantilado escuchando su hermoso cuentito. Dudó en alguna respuesta o estaba harto de todo, metió la pata, no pudo engañarlos y lo sentenciaron a los psicofármacos. Él sabía la clara diferencia entre tomarlos por decisión propia y obligado. También sabía que le iban a cagar el bocho, que posiblemente, si no era más astuto que ellos, terminaría alienado sin futuro, sin voluntad, sin vida. Ingirió su primer pastillita: Zolpidem, un puto hipnótico...

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

maldita sentencia psicofarmaca--- creo que todo el texto se refleja en esas dos palabras
















widow

11:36 a. m.  

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